lunes, julio 26, 2010


No me gustan los héroes


Raúl siempre me cayó mal. Desde el primer día, cuando con toda la ilusión y la parafernalia novelera de los medios, le quitó el puesto a Butragueño; desde el segundo, consolidada la impresión de pillo de recreo con sus piernas torcidas, su origen arrabalero (bueno, esto le vino bien porque salir del hoyo vende más) que le cerró el paso a Alfonso. A su alrededor, los delanteros del Madrid caían como lo que eran: rivales del niño. Hasta Ronaldo, el mejor delantero “nueve” de la historia (Pelé o Messi son más 10) incluso cojo y gordo, tuvo que apechugar con los celos del Siete. Raúl siempre jugaba. Y punto. Bien o mal, eso dejó de importar. ¿Que lo mío es un arrebato porque él era el bueno y el malo era Guti? Bueno, siempre que uno habla de Batman sale a relucir el Joker; Lex Luthor cuando Superman… y así. Odio los héroes que son tan obvios, a los que nos obligan a adorar por su ejemplo; es tan fácil buscar ejemplos en la bondad.

Raúl siempre me ha caído mal. Lo siento: no me trago su historia edulcorada. Ahora es todo superación y tal, pero recuerdo la quinta de los Ferrari (la de Mijatovic, Suker, Seedorf y Raúl, por supuesto), cerrando los after de Madrid, con ese Raúl del que se dijo que tenía una pubalgia y sólo había que preguntar en un par de barras cuál era la verdad. Pero eso no importa: Raúl era un crío rico y eso es lo que tenía que hacer. Lo que no admito es que me vendan su historia de color de rosa. Coño, que era un ser humano: también puede ser malo.

Raúl me cayó mal cuando llevó al vestuario lo peor de la política. Maquiavelo de tres al cuarto en el primer advenimiento de Florentino. Los veteranos nunca le soportaron y nunca le compraron su buenismo (lo conocían de verdad, no a través de las portadas del Marca), con lo que él se iba haciendo amigo de las megaestrellas que llegaban (y no le pisaban el puesto, de ahí su escasa relación con Zidane o Ronaldo). Pura conveniencia. Llegado el momento de la renovación, se fueron Hierro, Sanchís y Del Bosque. La galaxia no necesitaba experiencia.

Raúl me cae mal porque sí. Le ha ido demasiado bien y tengo envidia, ¿pasa algo? Vale, que ha estado 15 años en la primera plantilla (sólo unos diez al nivel que merece al Madrid), que mereció el Balón de Oro aquel año que se lo dieron a Owen porque es inglés y poco más. Forma parte de la historia del Madrid, eso no lo puede dudar nadie, pero ¿retirar su número, como sugieren los oportunistas de turno? ¿y enterrar así al Buitre o Juanito, por no irme muy lejos? Insisto: Raúl debió irse hace mucho y su decadencia la ha pagado el equipo jugando con uno menos medio lustro. Lo siento: incluso este año de suplencia me enfadaba cuando le sacaban en los minutos de la basura porque sabía que poco podía esperar de él. ¿Injusto? Injusto es que Zidane se retirase dos años antes de cuando debía. Hay que respetar a la leyenda, proclamaban los raulistas cuando se le criticaba. Claro.

Raúl consiguió últimamente caerme algo mejor. Porque empezó a perder (soy de ideas fijas), porque fue el gafe de la Selección (siempre pensé que si llega a jugar contra Corea aquel día de 2002, hubiésemos pasado a semifinales de un Mundial entonces), porque Aragonés le menospreció injustamente (no merecía ni estar en el Madrid desde 2005 pero ese arrebato por ir a la Eurocopa fue conmovedor y le dejó por encima de los Güiza o Sergio García que sí son campeones de Europa), porque no despertaba ningún miedo en el rival, porque los culés respiraban aliviados cuando le veían en una alineación, porque no podía con su alma y, pese a eso, seguía corriendo, piernas torcidas al trote, en busca del último balón perdido.

Raúl ya me cae bien.

Porque se ha ido. La ausencia es olvido, germen de la nostalgia.

Será por eso.

domingo, julio 25, 2010


Perdedores
No creo en las coincidencias, sino en la redundancia del destino. Guti se despide y lo hace el día en que Alonso vuelve a ganar, Contador suma su tercer Tour; en la víspera de que se despida Raúl, el niño bueno, el Tom Cruise (que decía Andrés Montes) del fútbol español hasta que se convirtió en un héroe viejo, caducado y los buenos, los niños buenos, son ahora una selección completa.
Guti no tendrá la última portada.
Y no es coincidencia, es consecuencia. Es el sino del antihéroe, del perdedor impenitente, del talento que daba miedo y encendía las envidias más primarias: vaya tontería más grande otros tópicos como rebelde sin causa o genio incomprendido. Guti tenía razones para odiar el mundo cabrón del fútbol, el microcosmos pelota y sobón del periodismo deportivo del que tanto se ha reído; se rebeló contra todo ello, no acató el juego de apariencias y la prensa se lo ha hecho pagar convirtiéndolo en sospechoso habitual, en indolente que desperdiciaba su talento. Los mediocres (tanto entre compañeros de equipo como en periodistas) se conjuraron contra él (exacto, como aquella cita de Swift, convertida en libro por Kennedy Toole, que hablaba de que sólo se reconoce a un verdadero genio cuando todos los necios se conjuran contra él), fabricaron una imagen a medida de sus frustraciones, el saco de arena idóneo.
Mientras tanto, Guti sumaba frustraciones propias. Como al tópico del hermano mediano, a Guti nunca se le perdonaba nada. Nunca fue el preferido de la familia, el hijo pródigo. O algo peor, Guti ha sido víctima de la demagogia mediática, esa misma que sólo critica a la Casa Real británica y la tilda de crápula y decadente porque es la única que permite el ataque. O no le importa siquiera. Raúl encadenaba diez partidos desaparecidos y se alababa su lucha; cuando Guti jugaba medio partido malo era retirado al banquilo y castigado de nuevo… hasta que volvía a reivindicarse, una vez más. Cuando había que hacerle hueco a la política de vestuario, al fichaje de relumbrón, el que salía del once era Guti. Así que no jugó ni un solo minuto de las tres finales de Champions de su palmarés… Había que hacerle hueco a Karemebeu, Solari, Mcmanaman, Anelka… como en la plantilla los Morientes, Ronaldo, Zidane, Beckham y demás llegaban siempre para ocupar su puesto…
Sin embargo, algo hará mal Guti cuando nunca cuajó (dicen, porque jugar más de 30 partidos al año en el Madrid durante más de diez años lo han hecho muy pocos). Que si el rebelde, el malo de la película, el que se iba de juerga (ay, los futbolistas, esas hermanas de la caridad nocturnas, esos veinteañeros multimillonarios que prefieren quedarse en casa y no salir nunca de marcha), el que perdía los papeles (Cristiano no los pierde, sino que le provocan), el que salía en la prensa rosa…
Ya.
De acuerdo: seguramente Guti nunca sería el padrino de mi hijo ni mi mejor amigo, porque es verdad, parece antipático.
Eso me da igual: Faulkner era un racista borracho y John Ford un fascista. Tanto de uno como de otro me importa lo que dejó, lo que significa.
Para irme de cañas tengo a mis amigos.
Soy gutista porque merecía la pena verle parar un balón y levantar el pie como sólo merecía la pena ver moverse a Zidane o ahora sólo nos quedará la ingravidez de Iniesta. Cuando le llegaba al balón podías esperar algo. Lo que en esta vida ya es mucho pedir: la esperanza de algo bueno durante un solo instante.
Pero soy gutista porque era un perdedor reincidente (son los mejores perdedores, los que insisten en la derrota) en esa conjura que los necios montaron contra él.
Y el tío aún salió a Riazor, campo maldito para el Madrid, con el Barcelona de los niños buenos descolgándose en la clasificación, con el equipo mermado por las bajas, con esos 25 años de desilusiones e insultos a las espaldas e hizo lo que hizo.
Lo impensable.
No miró atrás, dejó el balón atrás.
Adiós.